7 de enero de 2010

Por mis bigotes ¡Qué susto!

Empecé a sentirme mejor. Ya no estaba mojada ni tenía frío y mi estómago ya estaba lleno. Comencé a asomar la cabeza y una mano humana me puso en el suelo. Maullé y maullé llamando al resto de mis hermanos y hermanas de la camada, pero no aparecían. De pronto, olfateé algo más. Era un rastro animal, algo que hizo que me estremeciera de los pies a la cabeza... y allí aparecíó ese perro enorme. Os aseguro que pocas veces se me ha vuelto a erizar todo el pelaje como en aquella ocasión. Babeaba y ladraba, y se movía de un lado hacia otro como un loco. Rápidamente me escondí detrás del cubo de basura, pero él no dejaba de olfatear y de dar golpes con su enorme pata hasta que me encontró. Estaba arrinconada. Ya no tenía donde esconderme. Acercó sus fauces a mi cara y entonces...me dió dos lametones y me dejó totalmente empapada. En aquel momento no lo sabía, porque estaba muy asustada, pero Brutus sólo quería jugar.

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