21 de enero de 2010

Empezando a jugar


Afortunadamente, lo del resfriado no duró mucho. El señor de blanco (al que los humanos insisten en llamar veterinario) dijo que no debía coger frío y, al calorcito, no tardé en poder abrir los ojos de nuevo.
Nunca antes había estado en el hogar de ningún humano, pero en seguida me acostumbré. Me gustaba andar por la madera y las alfombras. Como comenzaba a estar fuerte, empecé a trepar por los sitios... y por las perneras del pantalón. A algunos de los habitantes de aquella casa no les hacía mucha gracia, pero casi siempre conseguía llegar a su regazo y que me hicieran alguna que otra caricia... A mi me gustaba porque no conozco otro lugar que sea más calentito!!!

20 de enero de 2010

Haciendo nuevos amigos


En realidad, Brutus y yo nunca llegamos a ser amigos del todo. Él quería jugar y yo intentaba evitarlo... no es que fuera un mal perro, es que con dos lametadas me dejaba totalmente empapada (y ya sabéis todos lo poco que a los gatos nos gusta el agua!!).
La primera noche que pasé en esa nueva casa me pusieron un cojín, lejos de Brutus para que no me asustara, un poco de comida y agua, y un cajón con arena que en seguida entendí que era para ir al baño. Aquella primera noche, casi ni me atrevía a moverme y, cuando amanecí, no podía abrir los ojos porque me había resfriado.

7 de enero de 2010

Por mis bigotes ¡Qué susto!

Empecé a sentirme mejor. Ya no estaba mojada ni tenía frío y mi estómago ya estaba lleno. Comencé a asomar la cabeza y una mano humana me puso en el suelo. Maullé y maullé llamando al resto de mis hermanos y hermanas de la camada, pero no aparecían. De pronto, olfateé algo más. Era un rastro animal, algo que hizo que me estremeciera de los pies a la cabeza... y allí aparecíó ese perro enorme. Os aseguro que pocas veces se me ha vuelto a erizar todo el pelaje como en aquella ocasión. Babeaba y ladraba, y se movía de un lado hacia otro como un loco. Rápidamente me escondí detrás del cubo de basura, pero él no dejaba de olfatear y de dar golpes con su enorme pata hasta que me encontró. Estaba arrinconada. Ya no tenía donde esconderme. Acercó sus fauces a mi cara y entonces...me dió dos lametones y me dejó totalmente empapada. En aquel momento no lo sabía, porque estaba muy asustada, pero Brutus sólo quería jugar.

4 de enero de 2010

Como en casa, en ningún sitio

No hay ningún sitio como el hogar. Es una frase que una vez escuché a un humano y que ahora me parece perfecta para seguir contando mi historia.
Salí del veterinario en la misma bolsa en la que había viajado en tren, solo que ahora me habían puesto un poco de pienso en otra bolsa de plástico más pequeña. ¡Menuda hambre tenía!
Finalmente llegamos a una nueva casa. Lo primero que noté fue que ya no llovía y que estaba calentito. De todos modos, tardé un buen rato en salir de la bolsa porque tenía un agujero en el estómago tan grande que no paraba de comer.