21 de enero de 2010

Empezando a jugar


Afortunadamente, lo del resfriado no duró mucho. El señor de blanco (al que los humanos insisten en llamar veterinario) dijo que no debía coger frío y, al calorcito, no tardé en poder abrir los ojos de nuevo.
Nunca antes había estado en el hogar de ningún humano, pero en seguida me acostumbré. Me gustaba andar por la madera y las alfombras. Como comenzaba a estar fuerte, empecé a trepar por los sitios... y por las perneras del pantalón. A algunos de los habitantes de aquella casa no les hacía mucha gracia, pero casi siempre conseguía llegar a su regazo y que me hicieran alguna que otra caricia... A mi me gustaba porque no conozco otro lugar que sea más calentito!!!

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