A pesar de que por fin empezaban a calentarse mis bigotes dentro de aquella bolsa, no me gustó demasiado viajar en tren. No sé por qué, pero los humanos que se meten en esos vagones parecen ir con prisas a todos los sitios!!!
Al final el traqueteo cesó y de nuevo salimos en la calle. Yo, que seguía bien acurrucada en esa bolsa, y solo me atrevía a asomarme al exterior de vez en cuando, empecé a temblar como una hoja cuando, de repente, una mano humana me levantó en el aire.
De pronto me encontré frente a un hombre vestido de blanco, al que los humanos llaman veterinario, que dijo: "Llévesela una semana a casa señora, con lo débil que está la gata, si le metemos en el refugio con el resto de animales no va a durar ni dos días". Y de nuevo me vi metida en la bolsa, rumbo a no sé donde...